Siempre me ha llamado la atención que, a pesar de que los seres humanos llevamos con nosotros una inextinguible fuente creativa, es muy frecuente que sintamos que no somos capaces de relacionarnos con ella, que no podemos, que estamos vacíos o que la “chispa creadora” no consigue prender.
Esto pasa solo a partir de una edad. Antes de esa edad ni siquiera nos tenemos que preguntar si somos o no creadores, pues de niños creamos como respiramos; crear es la manera en la que un niño se relaciona con las cosas.
Cuando somos niños no creamos una barrera de separación entre nosotros y lo que nos rodea; estamos unidos con nuestro en derredor, el dentro y el fuera se funden sin pérdida de continuidad. Luego, a medida que crecemos, vamos dando cada vez una forma mayor a nuestros pensamientos, nuestro ser autónomo se va configurando y, con ello, nos vamos separando del entorno: el interior y el exterior se delimitan con más fuerza y entreambos construimos una frontera, un límite – o hasta un muro- con el que protegemos nuestra integridad.
Este proceso es natural y es saludable, pero si nos quedamos en este estado con el tiempo nos encontramos más y más aislados de lo que nos rodea. Hasta que un día descubrimos que- sin saber bien cómo- nos hemos aislado incluso de nosotros mismos y ya no somos capaces de escuchar nuestra más íntima voz.
Y es que la conexión con esa íntima voz nuestra tiene un secreto: nos encuentra a través de todo lo que no somos nosotros. Precisa de “el otro” para verse, y saberse, a sí misma. Una de las paradojas del autoconocimiento surge precisamente al descubrir que para conocernos a nosotros mismos necesitamos mirar fuera de nosotros mismos. Existe una máxima griega que reza algo así como “Si quieres conocerte a ti mismo, mira al mundo. Si quieres conocer el mundo, mira en tu interior”. Este intercambio entre lo de dentro y lo de fuera es la base sobre la que nos reencontramos con nosotros mismos.
De acuerdo, pero ¿cómo llevamos esto ahora a la práctica del rescate de nuestra olvidada dimensión creativa?
Lo primero es comprender que existe una dinámica entre el dar y el recibir que debe estar equilibrada: no se puede dar lo que no se ha recibido primero.
Es por esto que cualquier acto creativo comienza con la observación. La observación es esa fuerza que nos saca de nosotros mismos y nos torna permeables a las fuerzas creativas. (que viven mucho más alrededor nuestro que dentro nuestro) consiguiendo al tiempo que no nos perdamos a nosotros en el camino. La observación en sí misma trae fuerzas de conexión con lo que nos rodea, donde se guarda el misterio de nuestro ser.
A la observación podemos todavía añadir otra actividad que nos acerque a lo observado: la descripción. A través de la descripción empiezo a moverme por los contrastes que pulsan en lo observado: curva y recta, luz y sombra, agua y fuego, cielo y tierra… Es entonces cuando el alma puede desempolvar sus alas para viajar entre esos 2 vastos territorios que conforman un contraste. El moverse de uno a otro despierta en ella recuerdos mucho más profundos que las materias en los que se muestran.
Todavía queda camino para despertar el fuego creativo, pero ese aleteo es la primera señal de que nos acercamos al templo donde puede surgir la creación. Y… ¡Qué alegría nos trae ese aleteo! Conviene no apresurarlo, sino dejarse vivir en él, degustarlo, entregarse a su juego, a sus infinitos detalles. Entonces, fruto de ese intercambio, quedará en nosotros algo así como una semilla.
Las semillas son todas delicadas, y debemos cuidarla. ¿Cómo hacemos eso? ¿Cómo la cultivamos? Para que una semilla pueda arraigar en la fértil tierra del alma necesita que utilicemos la capacidad de recordar.
Recógete en tu interior y recuerda lo que has vivido al observar y describir, por ejemplo, los contrastes de un paisaje. Con tus ojos interiores vuelve a verlo, con tus manos interiores vuelve a construir todo lo que has visto. Disfruta de la inmensidad de este proceso, estate presente en él y permite que el recuerdo se vaya transformando y desvelando en tu interior. Mientras estás haciendo esto, obsérvate con amorosa atención: en tu interior nacerán palabras, movimientos, formas, colores o sonidos… No puedes controlar lo que nace, pero sí puedes evitar caer en el error de despreciarlo; recibe estos materiales creativos que el recuerdo hace surgir en ti y trabaja con ellos sin juzgarlos pues son esas primeras chispas del fuego creativo. Si lo cuidas, se convertirá en una cálida luz en tu hogar interno.
Cuanto más vivas este proceso de observar, describir y recordar, más conectaras con las fuerzas creativas que viven en ti. Puesto que recibes, podrás dar; puesto que escuchas, podrás hablar; y puesto que tu alma es fecundada, podrá crear.
Ahora ve, escoge un paisaje, ya sea urbano, o natural, o un paisaje humano, o musical…y comienza a observar con toda tu atención.
Haz clic aquí para obtener más información del curso