Elegí otra senda. Tras varios años de esfuerzo y estudio, ante mí se abría un horizonte claro y bien definido: buenas posibilidades laborales, cariño por tu profesión y por las personas con las que trabajas. Y sin embargo ahí, al lado de ese amplio horizonte con sol, había un senderillo estrecho, lleno de maleza y barro…en el que creí distinguir algunos destellos aquí y allá, muy chiquititos. Parecían estrellas huidizas. Volví a mirar al sol, al horizonte abierto…pero aquella pequeña senda, como a Alicia, me llamaba.
¿Qué te mueve a entrar en un camino desconocido e incierto ?
Te mueve el amor. A día de hoy no he encontrado una palabra más adecuada para definir esa fuerza que te hace adentrarte en lo desconocido con plena confianza en lo más humilde, en lo más pequeño, en lo que es apenas un latido. Eso era todo lo que estaba en mi mano cuando tomé ese senderillo embarrado. Un latido y una visión.
Uno va palpando a ciegas sus visiones… (”En la ceguera lúcida de la palabra y la piel”, reza un verso de Maite Voces. ) Sus visiones y sus latidos. Ese latido se había ido formando poco a poco, en el más absoluto silencio, en la penumbra. Se había ido formando de todas las incomprensiones y preguntas que no habían encontrado respuesta en el suceder cotidiano de los días. Se había ido formando inadvertido. Y ahora el latido se había convertido en una llamada casi incesante.
La llamada decía: “El Arte no es un mero entretenimiento- como en cierto modo hemos llegado a creer en este mundo que se jacta en des-sacralizar la vida y reducirla a una superficie de cenizas –. El arte es un camino de conocimiento y su fuerza radica en la revelación de realidades de la vida que permanecen escondidas tras un velo de apariencia. Para plasmarlas en lo visible, lo audible, lo palpable. Cada ser humano porta en sí mismo la posibilidad de esta revelación”
¿Cómo?- pregunté.
“Siendo un ser humano. Nada más. La naturaleza humana se configura entre las dos capas de esa doble realidad: lo superficial y lo profundo, lo exterior y lo interior, lo visible y lo invisible. Entre esas dos dimensiones vive el ser humano; trazando puentes entre ellas. El puente se llama Arte.
Es necesario recuperar (o crear) la visión y la conciencia no sólo del Arte como puente, sino del ser humano como un ser constructor de esos puentes. No como un dominador tirano de la Naturaleza y los procesos exteriores. Tampoco como un ser que desaparece en su interioridad, sino como un creador activo que habita -consciente y libremente- dos mundos y, con ello, crea un tercero. En ese crear el ser humano se dota a sí mismo de sentido.”
¿Qué es eso de dotarse de sentido?- volví a interrumpir.
“El ser humano no nace con un sentido para su existencia. Al menos no como lo hace un león, un mirlo, una rosa. El ser humano ha de dotarse a sí mismo de sentido. Es uno de los misterios de nuestra especie; que cada ser humano es una especie en sí misma construyendo su sentido en un mundo entre dos mundos.”
Eso decía la llamada, bien alto y bien claro… con su inaudible voz. Por allí transitaba el camino. No íbamos hacia el horizonte conocido y abierto, sino hacia la aventura.
De esa llamada, de esa visión, de esa nada que es un todo, ha nacido esta iniciativa. Y tu actor interior es, por supuesto, “el constructor de puentes” que vive en ti.